Cuando Barthes habla de «la muerte del autor» usa como ejemplo una recopilación del siglo XV de leyendas arturianas escritas por múltiples autores a través de varios siglos y luego reunidas y fuertemente editadas por Thomas Malory, lo que significa que «el autor» no es una persona, por lo que un análisis biográfico resulta irrelevante.
Barthes no habla de una persona de carne y hueso sentada en un escritorio frente a un papel en blanco. El concepto de «muerte del autor» no se aplica en casos donde sí existe esa persona. La biografía de este autor de carne y hueso es relevante, incluso indispensable, para el análisis de la obra.
El concepto de Barthes es más un juego de palabras ingenioso que otra cosa: el libro de leyendas arturianas se llama Le morte d’Arthur, y el ensayo de Barthes: La mort de l’auteur. Como para justificar su chiste, escribió una obra entera, una obra que si bien tiene su valor, sólo lo tiene cuando se analiza una obra como la de Malory, en la que «el autor» no es una persona sino un sólo concepto. También es válida en obras como el cine o los videojuegos, donde por lo regular, no es una persona, sino decenas o cientos de ellas quienes participan en su creación.
En otras palabras: un hombre, blanco, haciendo cosas de hombre blanco.